Cuando el libre pensar y el libre decir son perseguidos es necesario
afirmar que se pretende imponer una cultura de la miseria desde la miserable
concepción de nuestros gobernantes -autóctonos o extranjeros-, que derraman (y
ese es el único efecto de derrame que vemos en este sistema), la miseria sobre
toda la ciudadanía.
Cuando decimos miseria, lo hacemos desde su acepción amplia
(disminución del otro en cualquier categoría, sea por comparación –feo, malo,
sucio, apático, inculto, intelectualoide, torpe, ridículo, etc.-; o por
imposición –bajos salarios, condiciones de trabajo, asignación de recursos,
elitización y mercantilización de la educación y en ella formas artificiosas de
evaluación que llevan a meritocracias sumisas, desnaturalización de las
consultas transformándolas en consultorías situando el acto de conocimiento en
juicios de eficacia, pragmatismo, etc.-; cuando decimos gobernantes también lo
hacemos en un sentido amplio (políticos –dentro de ellos cualquiera que ejerza
el poder-, empresarios, tecnócratas, burócratas, enciclopedistas, rectores,
decanos, directores de escuelas, docentes, etc.); todo esto lleva, por ejemplo,
en el área educativa a trasladar fórmulas probadas en otros campos y muy rápido
realizar el hallazgo de categorizaciones basadas en una ontología fiscalizadora.
Lo que no encuadra en la cultura de la miseria es lo heterogéneo, no
soporta las diferencias culturales, y su enemigo más acérrimo es la crítica;
ésta la reconocemos en tanto pasemos del pensamiento como cálculo a reconocer
la incalculabilidad del pensar: es decir, lo incalculable como crítica, como
pensamiento que al ser ofrecido, ya no es igual a sí mismo.
Si se quiere generalizar, podemos decir que el mundo se está pauperizando,
gracias a los miserables que imparten estas pautas y a todos los que las
aceptan -con esto quedaría demostrada la imposibilidad para definir la cultura
de la miseria por estamentos raciales, sociales y / o económicos, ya que los
miserables se encontrarían en todos los estratos.
Sabemos –y los miserables también-, que mientras exista la crítica, y aún
más, la crítica de la crítica; la batalla final no la habrán ganado los
maestros de la cultura de la miseria, que definen la cultura de la pobreza;
mientras exista la crítica nunca triunfará el concepto siniestro de
globalización, y por esto último se puede poner en jaque el mismo concepto de
cultura de la miseria, ya que ¿puede ser cultura algo auto destructivo?.
No seamos meros memoriosos de textos y doctrinas, desde la crítica creemos
nuevas formas de análisis, no nos quedemos en la mera erudición bibliográfica,
hagamos el esfuerzo de pensar, sino correremos el riesgo de ser uno más en el
rebaño de miserables, hecho que puede resultar cómodo, pero, a nuestro parecer,
el intelectual-erudito-cómodo no debe ser el producto de una institución como
la Universidad, ya que de lo contrario se estaría entrando en la metáfora
perfecta de institución, la inquisición; ésta es la única institución que hace
de su ser institucional una pregunta persecutoria, un inquirir inquisitorial,
que fusiona las ideas de pregunta y de tribunal.
En “Así hablaba Zaratustra” de Friedrich Nietzsche se puede leer: “Mal
agradece al maestro quién nunca pasa de discípulo”.
La imagen es de Pedro
Berruguete “Saint Dominic Presiding over an Auto da fe” 1495